Ahora que se acerca el Día de la Mujer, quería compartiros este artículo que leí hace poco en redes sociales y que me llamó especialmente la atención porque comparto muchas de las opiniones expresadas sobre este fantástico personaje que tanto me fascina y del que creo que aprendemos y podemos aprender tantas cosas positivas.
Está claro que Pippi es un personaje que hay saber entender y hay que saber leer entre líneas, no podemos tomarnos todo al pie de la letra...
El artículo está escrito por María de Castro Ramos y dice así:
Afirmar que Pippi Langstrump nos salvó la infancia a muchas niñas puede parecer una exageración. Pero no lo es cuando te has pasado los primeros años de tu vida viendo películas Disney donde las sirenitas renuncian a sus amigos, a su familia y hasta a parte de su cuerpo para gustar a un chico. Crecimos pensando que era muy romántico que un desconocido nos besase en los labios mientras nosotras, bellas durmientes, permanecíamos sedadas e indefensas. Y nos enseñaron que la única forma de sobrevivir a un maltratador psicológico como el protagonista de ‘la Bella y la Bestia’ era enamorarnos de él.
Cuando empezábamos a interiorizar estos roles tan perversos apareció Pippi y descolocó todo nuestro mundo. “Es un personaje muy macarra, muy punki, que se salía del estereotipo de niña buena”, explica María Castejón,
Doctora en Historia especializada en representaciones de género en el
mundo audiovisual. Vestida con harapos de mil colores y con su mono
‘señor Nilson‘ colgado al hombro, Pippi revolucionó la vida en Villa Kunterbunt y nos dio las primeras lecciones de feminismo de nuestras vidas.
Al contrario de lo que sucede en los cuentos tradicionales, esta niña pecosa creada por la escritora sueca Astrid Lindgren en 1945 no busca la aprobación ajena, sino que la desafía.
Vive sin padres, solo va a la escuela cuando quiere tomarse unas
vacaciones y se instala una mansión que se convierte en un refugio para
sus amigos. “La casa de Pippi Langstrump es maravillosa, allí puede hacerse todo lo que en casa está prohibido”, celebra su vecina Annika mientras ella y su hermano se cuelgan de las lámparas y trepan por los muebles en el primer capítulo de la serie.
La estricta señorita Praselius —que representa ese modelo de mujer temerosa y obsesionada por el juicio ajeno— intenta una y otra vez que Pippi
ingrese en un hogar infantil. “Ya tengo un bonito hogar infantil”,
responde la niña, que remata su sentencia con un insolente “no te
preocupes, yo sé cuidar de mí misma”. Y lo cierto es que no le falta
razón. Porque no depende de nadie ni necesita ningún príncipe
azul, asume las riendas de su propia vida y solo es fiel a sus propias
ganas de diversión.
Tal y como explica María Castejón, “Pippi se carga el principio de la Pitufina“,
un recurso audiovisual muy empleado en las series de nuestra infancia
que consistía en introducir un único personaje femenino —generalmente
muy caricaturizado— en medio del grupo dominante de hombres
protagonistas. Aquí, en cambio, el poder y los focos recaen sobre ella. Es la protagonista absoluta.
Rompe los estereotipos de género
Pippi representa lo contrario de lo que las niñas aprendimos
a ser. Trepa por los árboles, come con las manos y no tiene miedo de
enfrentarse a sus enemigos. Y, precisamente por eso, se convirtió en el
icono feminista que necesitábamos todas las que, a los nueve
años, pensábamos que algo fallaba en nosotras por preferir dar patadas a
un balón que potitos a una muñeca. Ella, que tanto huía de los
discursos moralistas, nos hizo comprender que la culpa es una invención
de los adultos para castigar lo diferente y que no hay ningún problema
si nos apetece tomar la iniciativa y subvertir los roles de género. “Soy
la niña más fuerte del mundo”, se reía mientras levantaba a su caballo
con una sola mano.
Pero Pippi Langstrump no se aprovechaba de su fuerza, sino que la usaba para combatir a los abusones.
En el capítulo en el que es invitada a una fiesta, ve cómo un grupo de
chavales está pegando a otro niño. “Ya está bien, ¿os creéis muy
valientes? Seis contra uno, eso solo lo hacen los cobardes”, le espeta
a la congregación de machirulos. En lugar de
desestabilizarse cuando la llaman “mocosa” y le dicen que la van a
machacar, ella mantiene la calma, sonríe y lanza a uno de los atacantes
por los aires. Esta superwoman de metro y medio se venga así por todas las veces que el resto de las mujeres no hemos podido defendernos de quienes han utilizado su superioridad física para invisibilizarnos.
Adelantada a su tiempo
Si todavía hoy su personaje resulta subversivo, nos cuesta imaginar la
revolución que supuso en 1974, cuando la serie comenzó a emitirse en
una España que se sacudía el olor a franquismo y naftalina. Por aquel
año, las mujeres todavía necesitaban la autorización de sus maridos para firmar un contrato de trabajo o comprar una vivienda en nuestro país. Y Pippi, con solo nueve años, lanzaba a las pequeñas un mensaje claro y potente: las chicas no necesitamos el permiso de nadie.
Se adelantó una década a la canción de Alaska y Dinarama y transformó el A quién le importa en un leitmotiv vital. Prueba de ello es que Mientras Annika simboliza a esa niña modélica, tranquila y bien vestida, Pippi es malhablada, imprevisible y orgullosamente hortera. No le importa vestir con ligeros, llevar la ropa mal combinada y las trenzas tiesas. Y, cuando trata de imitar los estereotipos de feminidad normativa y se maquilla, nos hace ver lo ridículos que son. Pulveriza el machismo con su risa descontrolada.
Su ejemplo fue clave, porque nos dotó de nuevos referentes para construir nuestra identidad cuando éramos pequeñas. “Las ficciones influyen mucho en los niños, se nutren de la realidad, pero también tienen la capacidad de transformarla”, argumenta María Castejón. Y Pippi nos cambió a mejor. Antes de que Punky Brewster o Spinelly de ‘la Banda del Patio’ llegaran a nuestras televisiones, este torbellino con pecas nos hizo entender que podemos ser todo lo poderosas que queramos. Basta con que empecemos a creérnoslo. Ha llegado la hora de que la Bella Durmiente se despierte y le diga al príncipe azul que ella, de momento, prefiere hacerse unas trenzas pelirrojas y salir a conquistar su vida.
En resumen, yo me quedo con todo esto del artículo y del personaje:
- Nos dio las primeras lecciones de feminismo de nuestras vidas.
- No busca la aprobación ajena.
- Sabe cuidar de mí misma.
- No depende de nadie ni necesita ningún príncipe
azul, asume las riendas de su propia vida.
- Rompe los estereotipos de género.
- Nos muestra que la culpa es una invención
de los adultos para castigar lo diferente.
- No se aprovecha de su fuerza, sino que la usa para combatir a los abusones.
- Lanza un mensaje claro y potente: las chicas no necesitamos el permiso de nadie.
Pero para mí Pippi no solo enseña a los más pequeños valores feministas..., hay mucho más detrás del personaje, sobre todo en lo referente a la AUTOESTIMA.
En mi clase, los niños ya se han dado cuenta que Pippi nunca dice "NO PUEDO", no hay nada imposible si se intenta con todas las fuerzas. Un mensaje muy importante que hay que enseñarles a los niños desde bien pequeños.
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Cuanta razón tienes!!! Gracias por enseñar los valores de igualdad de género a nuestros pequeños!!!
ResponderEliminarDe nada! Es un placer formar parte de su Educación y sus experiencias!
EliminarQue grande es Pippi y que grande es eres tu.
ResponderEliminarUn articulo muy completo y un analisis muy bonito. Con unas maravillosas enseñanzas.
Muchas gracias!!! Me alegro que te haya gustado!
EliminarEstupenda referencia!
ResponderEliminarMuchas gracias!
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